miércoles, 24 de julio de 2013

Violencia en el fútbol argentino: La sociedad barra brava

La violencia en el fútbol argentino ya se cobró en total 278 muertes en 91 años. Directa o indirectamente todas ellas están relacionadas al turbio sistema que rodea al deporte más popular en nuestro país. Durante el 2013 ya tuvimos que lamentar a 6 personas fallecidas, casi un cadáver por mes de promedio. Complicidad y negociados de los poderosos han dejado gravísimas secuelas. El principal perjudicado es el hincha común, que siempre sufre a cuestas de su amor por la camiseta. ¿Habrá alguna solución? Por lo pronto los barra bravas conviven con nosotros día a día y ya están aceptados por gran parte de la sociedad. 


La primera muerte registrada en nuestro país en un estadio de fútbol fue el 30 de julio de 1922, en la cancha de Sportivo Barracas. De todas maneras el primer caso de trascendencia pública fue el del 14 de mayo de 1939, cuando Lanús recibía a Boca en el Sur. Luis López (de 41 años) y Oscar Munitoli (de 9) fallecían tras los disparos efectuados por un policía contra la tribuna visitante para disuadir una pelea que había comenzado durante el encuentro.
 
El 23 de junio de 1968 ocurriría la peor tragedia deportiva en la historia de nuestro país. River y Boca disputaron el superclásico del fútbol argentino, pero la nota del día fue otra. Setenta y un personas murieron aplastadas y asfixiadas en la famosa Puerta 12 del Estadio Monumental. Hasta hoy inclusive, es un hecho muy confuso y oscuro, ya que hay varias teorías sobre lo que realmente pasó. Un enfrentamiento entre las dos hinchadas, la habitual represión policial o simplemente errores organizativos que causaron semejante desastre se han mencionado a lo largo de los años. La mayoría de los relatos coinciden en que la salida del público visitante se vio interrumpida por la fuerza policial y todo lo que ella implica lamentablemente. Represión. La estampida en el regreso de los hinchas hacia la tribuna para refugiarse causó que los molinetes se conviertan en una trampa mortal para todos los que, asustados, querían salir.

Al presente nos remontamos para recordar, hace muy poquito, la muerte de un hincha de Lanús en el Estadio Único de la ciudad de La Plata. Mejor utilicemos la palabra asesinato, ya que eso fue. Un video capturó el episodio cuando un policía fusiló a quemarropa a Javier Jerez que aparentemente quería disuadir y evitar la confrontación, mientras los simpatizantes granates incitaban a que la policía reaccione. Este episodio fue la gota que rebalsó el vaso para el Comité de Seguridad, que dispuso jugar las últimas dos fechas del campeonato de Primera División sin público visitante. Lo mismo contemplaba al fútbol de ascenso por supuesto, siempre azotado por experimentos de la AFA para probar que medidas funcionan y cuales no.

La última noticia provino de este fin de semana, en las cercanías del Nuevo Gasómetro. San Lorenzo debía recibir a Boca para darle fin al Torneo de Invierno, preparativo para el Inicial 2013. Pero el único fin fue el desenlace fatal de dos hombres, Marcelo Carnevale y Ángel Díaz, culpa de la feroz interna que llevan adelante la barra brava oficial del Xeneize y su par opositor. Producto de la lógica y prudencia del presidente cuervo, Matías Lammens, el encuentro se suspendió. A su vez hubo varios heridos por más de 100 disparos con armas de fuego antes de que empiece el partido AMISTOSO. La interna ya era de público conocimiento, habiéndose cruzado ambas facciones en la ruta camino a Santa Fe, el torneo pasado.

Por lo menos hubo un mínimo de coherencia por parte de la dirigencia azulgrana y no se jugaron los 90 minutos. Sino repasen la interminable lista de hechos violentos en Argentina, mientras la pelota sigue rodando. Solamente por citar un caso, nos remontamos a agosto del 2012 cuando Nueva Chicago recibió a Gimnasia de Jujuy. El partido fue solo una excusa para los de Mataderos que, acostumbrados a estar en el ojo de la tormenta, siguen inmersos en una interna de disputa política. Las dos barras principales (Los Perales y Las Antenas) fueron divididas por algo más que el poder del club. Una responde a funcionarios del PRO (dirigido por Mauricio Macri) y la otra a funcionarios K del Gobierno Nacional. En el medio, el tercer actor, la policía. Durante el aburrido empate sin goles, se produjeron gravísimos incidentes entre los 3 grupos mencionados. Una facción recibió el derecho de admisión y el siguiente paso no tardó en llegar: enfrentamiento, varios heridos por disparos de bala y ni un solo detenido. ¿Qué mejor manera de reflejar lo que vivimos hoy en día? Política, violencia y a pesar de todo, sí, fútbol.

El Estado Nacional, el Coprosede, los Gobiernos provinciales o de la Ciudad, los dirigentes de los clubes, los dirigentes de la AFA y la policía se reparten culpas sin hacerse cargo de la situación. Forman parte del sistema ya que son cómplices directos y en varias ocasiones hacen su propio negocio con las barras bravas. Claro que cada uno tiene una cuota más grande de responsabilidad que otro. Pero no hay común acuerdo, no hay trabajo colectivo, no hay decisión ni firmeza, no hay ganas. Desde ya que no las hay, porque no quieren progresar, cambiar y solucionar el enorme problema que crearon. No les conviene. Del primero al último están involucrados en el negocio, en su propio interés y beneficio.

Ricardo Casal, presidente del Coprosede y Ministro de Justicia y Seguridad Bonaerense, está a cargo no solo de la prevención y el cuidado del público en general sino también del castigo y sanción tanto hacia los clubes como a los simpatizantes violentos de éstos mismos. Su vicepresidente y mano derecha es Rubén Pérez, quien fue dos veces procesado por encubrimiento agravado. Si la cabeza no está limpia, como creen que los que trabajan para ella van a estarlo.
 
Si uno analiza como los “barras” se insertaron en la sociedad y pueden manejarse con total impunidad, hay que referirse al comienzo del problema: la relación con jugadores, dirigentes, políticos y periodistas. De ahí nacen sus negocios a través de recursos propios (trapitos de estacionamiento, ventas de bebida y comida los días de partido, reventa de entradas y venta de indumentaria, entre otros).

Ninguno de ellos sería posible sin la inacción o mejor dicho el acompañamiento de la policía, socio y cómplice directo. Se trata del factor más importante para que todo esto funcione. La policía se encarga de inculcar el pánico, de generar la violencia o de abrir la puerta a ella, justo cuando irónicamente su labor se supone es llevar el orden. Tampoco podemos dejar de lado acciones como porcentajes de pases de jugadores, viajes pagos adonde juegue el club y zonas liberadas para moverse con tranquilidad. Eso también implica a lo que ocurre con la selección nacional. Pero aquello ameritaría una investigación más profunda y concreta. A la lista de actividades debemos añadir amplia vida social en el club, participación en actos políticos, blanqueo de sueldos y puestos fijos con trabajos muchas veces inexistentes.

Javier Cantero, presidente de Independiente electo en la última elección del 2011, propulsó una lucha contra la corrupción en su club y contra los violentos que roban sin pudor plata de la institución. Además de denunciar a la conducción anterior por hechos de fraude, su mayor medida tiene que ver con el intento de erradicación a la barra brava del Rojo. Se dedicó a hablar en cuanta ocasión pudiese sobre esta problemática en nuestro país, e inclusive en un episodio se enfrentó y acusó en persona a Bebote Alvarez (líder de la barra brava del club de Avellaneda y cargo más alto de Hinchadas Unidas Argentinas).

Podemos debatir sobre si Cantero cumple un papel mediático o tiene un verdadero propósito. Quizás deberíamos señalarlo como el único dirigente en la historia que se animó a poner el pecho ante una situación de impunidad y negociados. Pero nada más. Ahí termina el asunto. Fue el único ejemplo que no continuó con el proceso del cual todos los clubes son testigo. Lo cierto es que Cantero jamás logró erradicar a la hinchada, que permaneció un par de partidos con derecho de admisión pero rápidamente volvió al ruedo. Su gestión fue pésima a nivel deportivo y una vez consumado el descenso, los violentos volvieron a dar la nota, semanas atrás, en la sede de Avellaneda. Irrumpieron en una reunión de asamblea agrediendo a la dirigencia. La imagen era impactante y producía temor. Ese seguramente había sido el propósito, dar un mensaje que llegó y fue clarísimo.

Hemos involucionado, no caben dudas. La tecnología y la democracia no hicieron efecto alguno, ni siquiera las muertes nos sirvieron de experiencia. Todos saben lo que pasa, pero nadie habla. Al que investiga, lo callan. Al que afloja, lo apretan. Al que se mete en el camino, lo liquidan.

¿Qué opciones se barajaron, con liviandad, hasta la actualidad sin ningún resultado positivo? Quita de puntos, pérdida de localía, nula asistencia de público visitante (en el ascenso viene ocurriendo hace rato en todas las categorías), partidos a puertas cerradas, refuerzos en los operativos de seguridad (cámaras y derechos de admisión), mayor cantidad de efectivos policiales, controles de alcoholemia y estupefacientes. ¿Y? Ni un solo resultado positivo. Porque en la cancha continúa presente la palabra MUERTE.

Tampoco podemos dejar de lado la falta de compromiso de muchos jueces que son encargados de causas que no son resueltas o quedan impunes. Eso impulsó a Mónica Nizzardo a fundar el 8 de septiembre de 2006, junto al ex Juez Mariano Bergés, la ONG “Salvemos al Fútbol”. Nizzardo integró la Comisión Directiva de Atlanta entre 2002 y 2005, período durante el cual además se desempeñó como encargada del Departamento de Prensa. El objetivo de esta asociación civil sin fines de lucro, no solo es apoyar a los familiares de víctimas relacionadas al fútbol sino también denunciar todos los hechos de violencia y corrupción. Durante 4 años fue presidente, con amenazas de muerte y constantes llamados intimidatorios de por medio. Pero no aguantó la insoportable situación. Las trabas en su camino fueron demasiados y el año pasado decidió no seguir más en su cargo, sucediéndola Liliana Suárez.

Sería un pecado no mencionar finalmente a la sociedad en sí, con un pedazo de responsabilidad por haberse dejado pisotear. La aceptación del sistema y de los barra bravas entre nosotros también se dieron por culpa de los aficionados comunes que permitieron semejante mal trato. Sino que alguien me explique como por ejemplo en la Sudamericana del año pasado, desde la platea más cara de la Bombonera, los socios arrojaron un cartel enorme a los jugadores de Independiente que estaban en el campo de juego. Eso también lo mamó la sociedad y de alguna manera se transformó, ya sin distinguir clases sociales. Gran parte ha aceptado y es funcional a la violencia. En estos tiempos, la sociedad se convirtió en la barra brava.

La estadística indica que 278 personas perdieron su vida por culpa de un espectáculo deportivo como es el fútbol. ¿No creen que 278, es suficiente número para poner un freno y para entender que algo anda mal? El fútbol está manchado de sangre, y eso no se borra fácilmente. A la espera seguimos que alguien tome la decisión de liderar un cambio, que por el momento, nadie quiso o se animó a hacer. ¿Cuánto tiempo de vida le quedará al fútbol argentino? Abramos paso a los optimistas, a los eternos hinchas enamorados. Tengamos la ilusión de que este deporte, pasión de multitudes, todavía se puede salvar. 

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